Cuando inicié hace casi seis años el programa  ¡Vamos a leer! dirigido a niños, niñas y adolescentes de  tres casas hogar de Tijuana para enseñarles a leer o promover el hábito de la lectura en ellos, empecé sin saber una experiencia en el voluntariado que me ha cambiado la vida.

Gracias al apoyo y confianza de los directivos de las casas hogar, semanalmente dedicaba unas horas para que los infantes se interesaran por la lectura. Y aunque este programa se ha visto interrumpido por la situación de la pandemia por Covid-19,  en la primera oportunidad espero reanudarlo.

Sin mucho conocimiento como mediadora de lectura y más con la emoción y el deseo de ayudarles a tener un mejor desarrollo educativo, compré algunos libros y los llevé a estas casas hogar para compartir con los niños y niñas la lectura.

Los grupos eran diferentes porque había desde recién nacidos hasta adolescentes de 17 años de edad y fue más por intuición, que por conocimiento, que buscaba la manera en que de acuerdo a sus edades los libros lograran interesarles.

Hubo momentos que me desconcertaron como la primera vez que estuve con un grupo de 14 adolescentes y una de ellas cuando le tocó leer, tajantemente dijo que no quería. Esto provocó que el grupo protestara y me dijera que todas habían leído y por lo tanto también ella tenía que leer.

Recordé que el principio básico para fomentar la lectura en una persona es precisamente no obligarla a leer y le pedí su comprensión al grupo para que la adolescente no leyera a la fuerza, porque iba a tener el resultado contrario. El resto de las chicas aceptó mi propuesta.

Mi sorpresa fue muy grande cuando la chica que inicialmente se había negado a leer, en las siguientes sesiones fue la más participativa, y aunque cometía errores al pronunciar algunas palabras, sonreía y seguía adelante. Atrás había quedado la adolescente rebelde que conocí el primer día en que inicié este programa.

Son casi seis años, salvo el 2020 y parte de este 2021 en el que se interrumpieron las visitas a las casas hogar a causa de la pandemia, en el que ser voluntaria ha sido una de las mejores experiencias que he tenido en la vida, porque cuando inicias esta actividad piensas que vas a dar y resulta todo lo contrario.

Ser voluntario se convierte en una acción en la que uno recibe, más que dar. Durante todo este tiempo han sido múltiples las anécdotas, los logros, las enseñanzas, la alegría y el deseo de superación que me han demostrado los niños y niñas, y todo esto me ha enseñado más de lo que he dado.

Y siempre se puede contribuir como voluntario en alguna institución. Las necesidades son muchas en las Organizaciones de la Sociedad Civil y los recursos, pocos.  Cada persona tiene mucho para dar desde su tiempo, su dinero (y no se trata de grandes cantidades), su energía y sobre todo compartir sus dones.

Solo es cuestión de pensar cuáles son esos talentos que podemos compartir. Por ejemplo, el programa ¡Vamos a leer! surgió de mi trabajo como periodista al visitar diversas casas hogar para hacer reportajes. Un día, me pregunté ¿quién les lee a estos niños?  Y claro, las cuidadoras que laboran en estos sitios hacen su mejor esfuerzo, pero esto no es suficiente.

Así que sin grandes recursos inicié esta actividad. Ha sido gracias a mi esposo y a un grupo de generosos amigos, que han apoyado con donaciones de libros, que este programa es posible. Y es precisamente que cuando se trata de ayudar, hay gente dispuesta a hacerlo, solo necesita que la convoquen a sumarse a buenas causas.

Piense en cuáles son sus talentos o que le gusta hacer y seguramente encontrará una forma de apoyar, ya sea una hora a la semana, dos veces al mes o establezca el compromiso que pueda, pero que sea constante y no lo vea como una novedad. Estoy segura que cuando usted se decida, podrá aportar mucho y  que recibirá más de lo que pueda imaginar.

 “Cuando decidí ser voluntaria pensé que tenía mucho para dar. Con el tiempo me he dado cuenta que en realidad es muy poco lo que he dado por todo aquello que he recibido: amor, sabiduría, alegría y ternura. Lo que ellos me han enseñado ha sido su fortaleza, porque aún en las peores circunstancias tienen la capacidad de sonreír, soñar y volver a confiar”.

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Por: Eva Solís

Periodista y fundadora del programa ¡Vamos a leer! y voluntaria de Ciudad de los niños Tijuana.