Yo no derramé el jugo”, “Yo no lo rompí”, “Mi hermana me pegó primero”.

Sabemos que actuar con honestidad es parte de los valores que se aprenden en casa y decir la verdad suele ser una de las reglas básicas. ¿Pero qué hacemos si notamos que nuestros hijos o hijas nos mienten?

Lo primero es tomarlo con calma. Como adultos, hay una parte en nuestro interior que parece ofenderse bastante cuando se nos intenta engañar. Sin embargo, para actuar con claridad es importante no tomar esta conducta como algo personal. Si tu hijo o hija te dice una mentira no significa que piense que seas extremadamente iluso, ingenuo o poco capaz.

Toda mentira tiene una razón de ser y es importante identificarla para hacer los cambios que sean necesarios. El objeto de una mentira habla más de nosotros como adultos que de los niños y niñas que la dicen.

Las consecuencias que establecemos para las reglas que han sido rotas, las palabras que utilizamos para expresar nuestro disgusto, nuestra reacción ante sus equivocaciones e incluso la presión que podríamos poner sobre ellos para que cumplan con nuestras expectativas, influyen en sus niveles de honestidad hacia nosotros.

Para no tener que evitar que nuestros hijos e hijas pequeños continúen mintiendo hasta la adolescencia, una excelente opción es iniciar por el verdadero principio: la prevención.

Imagina un escenario donde eres un niño que está con sus vecinos jugando, accidentalmente rompes una ventana con una pelota y segundos después aparece tu cuidador gritando “¿Tú rompiste la ventana de la cocina?” con un cinturón en la mano y el ceño fruncido. ¿Le dirías que sí? La realidad es que, en ese escenario, aunque tu respuesta sea no, todo apunta a que estás en peligro y debes protegerte a toda costa, incluso si mentir es la opción.

¿Cómo prevenimos la mentira aquí? ¿Qué debería hacer el cuidador en este caso cuando la ventana ya está rota?

1 – Tiene que respirar, una y otra vez. Respirar todas las veces que sean necesarias.

2 – Identificar su emoción. La ventana está rota y será costoso comprar otra. Eso puede generarle enojo o estrés. Tal vez se sienta tenso y necesite tomarse un “tiempo fuera” para calmarse.

3 – No tomar el cinto. Seguramente si hizo los dos primeros pasos ni siquiera pensará en expresar su emoción a través de la violencia, pero si lo piensa… debe regresar al paso 1 y permanecer ahí el tiempo que requiera. Actuar desde el enojo es peligroso y podría derivar en un delito.

4 – Analizar la situación. Salir de la casa, observar que todos estén a salvo. Asegurarse de que no haya heridos. Demostrar que la prioridad no es el objeto, sino el sujeto.

5 – Dialogar sin gritar. Si esperamos una respuesta honesta, incluso a una situación obvia, un tono de amenaza no ayudará.

6 – Invitarle a ser honesto. Hacerle saber que juntos podrán resolver la situación y que lo que ocurra será una consecuencia natural (ahorrar para pagar la ventana, sujetar el recogedor mientras el adulto barre los vidrios) de su acción y no un castigo. Que sienta la confianza de decir la verdad sin temer a la respuesta del adulto.

Hoy puede ser una ventana rota, pero mañana la situación podría ser un tema de verdadero impacto como sus relaciones interpersonales, dudas sobre su identidad, consumo de sustancias, acoso escolar… Y esa es información importante que, como personas responsables de crianza, necesitamos saber. Si mantienes la calma y estableces un diálogo respetuoso que propicie la confianza, la mentira no será una opción. Con tu paciencia y la seguridad que le brindes, lograrás prevenir una situación donde las mentiras sean recurrentes.

Al final la verdadera pregunta no es «¿Qué hago si mi hijo o hija me miente?». La respuesta que debemos buscar es «¿Cómo le genero la confianza suficiente para que mentirme no sea su primer opción?»

Escrito por: Lic. Mónica Giselle Rodríguez Navarro. — Coordinadora de Programa Educativo, Ciudad de los niños Tijuana.

Autora de Blog Cerebro Pleno.