¡Qué desordenado eres! ¡Eres una mentirosa! ¡Grosero! ¡Eres tan sucio! Y así hay una infinidad de expresiones con adjetivos calificativos que –más que lograr corregir una conducta– dañan la autoestima de nuestros niños, niñas o adolescentes. Seguramente sin la intención y sin darnos cuenta.

Pueden sonar como frases comunes que decimos en el momento, cuando hay tantos juguetes tirados por todo su cuarto, cuando la vimos comerse ese dulce sin permiso y ella afirma que no es así, cuando muerde o golpea a un compañero de la escuela, cuando mancha de comida su camisa nueva en la reunión familiar. Son comunes porque han sido normalizadas como una forma de expresar nuestro descontento con las acciones del otro, pero eso no significa que sean sanas ni efectivas.

¿Por qué no son sanas? Porque las etiquetas condicionan el comportamiento. Y si tú lo llamas “malo”, “grosero”, “desordenado”, “mentiroso” … terminará asumiendo ese papel, con todo lo que eso implique.

¿Por qué no son efectivas? Porque envían el mensaje incorrecto. Le dicen al niño, niña o adolescente que tú consideras que él o ella es de esa forma y que eso te molesta. Le estás diciendo que quien te disgusta es él o ella, cuando en realidad lo que desapruebas es la acción, no su persona.

Esto implica analizar nuestro lenguaje y cambiar el mensaje a uno que exprese exactamente lo que queremos decir, incluso si esto implica mayor cantidad de palabras. Entonces si su cuarto está desordenado eso es justo lo que diremos: “Veo que tus juguetes están en el piso, ponlos en su caja para que tu cuarto se vea ordenado”. Si la viste comer ese dulce puedes decírselo: “Me parece haberte visto comiendo el dulce, solo tenías que decirme que querías uno. Recuerda que el tiempo para el postre es después de la comida.” Si te llaman de la escuela porque golpeó a un compañero, es importante que le expliques la consecuencia de su acción “Si tú golpeas a otros niños, ellos ya no querrán jugar contigo. ¿A ti te gustaría jugar con alguien que te lastima?” Y si observas que ha manchado su ropa debido a un descuido al comer, podrías acercarte a él de forma tranquila y decirle: “Tu camisa nueva tiene manchas de comida, cuando termines tu platillo iremos juntos al baño para limpiarla con agua y jabón”.

No hay una receta mágica para ser un papá, mamá o cuidador, pero sí hay pautas que podemos seguir para hacer que el proceso nos dé los resultados esperados a corto y largo plazo.

Al final, es nuestra elección tomarlo con calma o alterarnos. Pero seguramente gastarás menos energía en el problema si te enfocas en la solución. Lo más importante es que transmitas al niño, niña o adolescente que no debe temer a tu reacción y que confías en sus habilidades y capacidades; porque tú lo consideras hábil y capaz.